Sus palabras eran crueles; sus acciones, estremecedoras. Yo no lograba dar crédito a la realidad. Mis emociones entraron en conflicto unas con otras. Sentí que un volcán empezaba a hacer erupción dentro de mí. Haciendo un paréntesis, debo decir que no soy una persona rencorosa; tal vez recuerde un episodio desagradable, pero no suelo cargar con el enojo ni con el resentimiento. Como se dice coloquialmente “se me resbala” lo que la gente me diga o me haga. Pero… Un gran pero: Cómo me cuesta perdonar a los que se meten con mi familia; las palabras y las acciones que van dirigidas hacia mi esposo o mis hijos me duelen y me enfurecen de una manera inconmensurable.
Escuchen bien lo que tengo que decirles: Amen a sus enemigos, y traten bien a quienes los maltraten. A quienes los insulten, respóndanles con buenas palabras. Si alguien los rechaza, oren por esa persona. Si sólo aman a la gente que los ama, no hacen nada extraordinario. ¡Hasta los pecadores hacen eso! Lucas 6:27, 28, 32.
¡Ay! No tengo ganas de perdonar a quien se atrevió a tocar a un miembro de mi casa ¡no se lo merece! Pero más allá de mis emociones, quiero ser fiel a la Palabra de Dios, la cual me dice que debo perdonar, amar y tratar bien a quienes nos hacen la vida difícil. La verdad no es algo que sed me antoje pero es algo que tengo que hacer, es decir, voy a obedecer por mi propio bien ¿y en qué me podría beneficiar el perdonar a quien maltrata a los míos? Por lo pronto veo cuatro razones:
- Mi propia salud. El rencor disminuye la calidad de vida, nos enferma (Pr 12:28).
- Paz. Con la otra persona y paz interior, pues perdonar trae descanso y libertad (Fil 4:6-9)
- Misericordia. Cuando yo perdono, recibo perdón de parte de Dios (Lc 6:35, Mt 5:7)
- Humildad. Perdonar a otros me recuerda que yo también necesito el perdón de los demás, no solo de Dios.
Este último punto es relevante para la vida cotidiana porque cuando yo ofendo a alguien, quisiera recibir una segunda oportunidad para hacer las cosas bien. Solemos sentirnos muy ofendidos cuando alguien nos maltrata y exigimos justicia celestial, pero no calculamos que tal vez, si Dios hiciera una exacto balance, nosotros saldríamos debiendo. Es mejor dejar que el Señor vengue a quien tenga que hacerlo, porque además eso es trabajo suyo, no de nosotros.
Cuando no perdonamos, automáticamente nos etiquetamos como mejores que el agresor. Sentimos que ellos están mal y nosotros estamos bien ¡en todo! Nos otorgamos la etiqueta de perfectos sobre alguien indigno de perdón.
A lo largo de la Biblia, el Señor nos reitera que es mejor tomar la decisión de perdonar, aunque no sintamos el deseo de hacerlo. Siempre saldremos mejor librados cuando elegimos amar en lugar de buscar una revancha, es decir, el perdón se trata de decidir, no de sentir.
Que el Señor me ayude a tener lucidez y a fluir en el perdón… no vaya a ser que yo sea el próximo en meter la pata.
Texto adicional: ¿Por qué te fijas en la pajita que tiene tu hermano en el ojo, pero no te das cuenta de la viga que tienes tú en el tuyo? ¿Cómo te atreves a decirle a tu hermano: “Déjame sacarte la pajita del ojo”, si ni siquiera puedes ver la viga que tienes en el tuyo? ¡No seas hipócrita! Primero saca la viga de tu ojo y verás mejor para poder sacar la pajita de tu hermano. Lucas 6:41-42 PDT
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