Recibí la llamada con cierta sospecha pues el número aparecía como desconocido. Resultó ser una chica con voz preocupada que me llamaba para recordar que en siete días se vencería el plazo para el pago de la mensualidad de un crédito. Me hablaba de su congoja de que no se juntara el pago de dos mensualidades porque algo muy malo podía suceder. En la brevísima pausa que hizo para dar su veredicto, me imaginé las opciones: me cobrarían intereses, cancelarían el crédito, congelarían las cuentas de ahorros y no podría disponer de efectivo… finalmente paso ese segundo y dijo con la voz más tenebrosa: “Serás boletinada en buró de crédito”.
El Señor está conmigo; no tengo miedo de lo que simples mortales me puedan hacer. Salmos 118:6 RVC
En casa, solemos dejar el crédito para ocasiones muy particulares y esporádicas, somos más de la filosofía “si tengo, gasto; si no, me aguanto”. Después de aprenderlo por la mala, entendemos que el dinero va y viene. A veces hay para salir de vacaciones y a veces alcanza apenas para comer. Así que sinceramente me causó mucha gracia que la chica usara el argumento que a ella le pareció más temible y amenazador, poniendo el buró de crédito casi como el infierno mismo, como la mayor calamidad.
Aunque definitivamente quiero ser una ciudadana y clienta responsable, debo admitir que una etiqueta no significa mucho para mí ¿por qué? Porque el único que tiene poder de darme una etiqueta es mi Señor y esas etiquetas sí tienen un peso eterno. Si la comunidad bancaria piensa que merezco una etiqueta, mi vida no se ve afectada, eso no define quién soy en realidad, porque mi verdadera identidad está definida por Cristo.
La advertencia bancaria no me atemorizó esta vez porque a lo largo de los años he visto una y otra vez la mano de Dios interviniendo en mi vida, ayudándome, proveyendo, cuidando, como el buen Padre que es. Hace muchos años estuve en un problema financiero, me declararon insolvente y pasé los siguientes cinco años etiquetada en el buró de crédito, como indigna, como irresponsable, como insolvente, como alguien poco confiable. Sin embargo, además de esa etiqueta nada más pasó; no se acabó el mundo, mi familia no se desintegró, no colapsaron las estrellas, nadie murió, simplemente no tuve dinero.
Tal vez tú no has tenido problemas financieros, pero tal vez tienes problemas con la etiqueta que te quiere poner un médico, un compañero de la escuela, tu jefe del trabajo o tal vez, tristemente, alguien de tu familia. Pero no tengas miedo. Si el Señor del universo es también tu Señor, Sus etiquetas de amor son las que verdaderamente importan: a sus ojos somos honorables, dignos, valiosos, escogidos, amados, familia, somos sus hijos.
Texto adicional: Alabo a Dios por lo que ha prometido. En Dios confío, ¿por qué habría de tener miedo? ¿Qué pueden hacerme unos simples mortales? Salmos 56:4 NTV