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Dos casos de incredulidad

imageQuienes me conocen de manera cercana, saben que soy despistada. Mi mente va concentrada en muchas cosas y paso por alto los detalles que me rodean: Salgo corriendo a imprimir un cartel y cuando llego a la imprenta descubro que dejé la USB en casa; salgo más cargada que la India María para grabar a mis hijos en un recital y al descargar el equipo en el auditorio descubro que no tengo la batería.

Tengo muchos ejemplos como estos, pero un día sí lo hice bien. Mi esposo me pidió que llamara a la escuela de mis hijos y le solicitara a la secretaria que los sacara de clase y los tuviera listos en la oficina porque pasaría por ellos antes de la hora de salida regular, con mucha prisa, pues tenía un compromiso y no había un minuto que perder. Para no arriesgarme a que se me fuera el tiempo mientras terminaba otros pendientes, llamé a la escuela en cuanto colgué con mi esposo. La secretaria dijo que con gusto tendría a los chicos listos en la oficina a la hora solicitada. Estrellita para mí.

Mucho tiempo después de dicha hora, mi esposo y mis hijos llegaron a casa. Mi esposo me platicó que cuando llegó a la escuela, la secretaria lo atendió amablemente y muy amablemente fue al salón de los chicos… después de que terminó de hablar por teléfono. Cerca de 30 minutos más tarde los chicos llegaron a la oficina, ya que la agenda laboral de ese día se había arruinado. Y aquí viene la peor parte: en vez de estar molesto con la secretaria, estaba molesto conmigo por haber olvidado llamar. Cuando traté de explicarle que sí había llamado y que la que se había olvidado era ella, sentí que mi corazón se rompía en mil pedazos al oír su respuesta: que por favor aceptara mis errores y que reconociera que se me había olvidado algo una vez más.
Auch. Eso en verdad dolió, sobre todo porque esa vez sí había hecho lo correcto. Me dolió que no confiaran en mí, que no creyeran en mi palabra, que me tomaran por mentirosa. Finalmente, mi esposo se dio cuenta de su error, me pidió perdón y nuestra relación se restauró felizmente.

Tiempo después recordé esa experiencia cuando ahora yo era la que no había creído la palabra de alguien más: la de Dios. Me encontré a mí misma dándome cuenta que Dios tendría que ser paciente conmigo una vez más porque yo no había creído sus promesas. Había tomado mis propias decisiones como si los lineamientos de Dios fueran una farsa. Me comporté como si él no fuera digno de confianza. Cada vez que decidimos seguir nuestros propios caminos es como si entre paréntesis dijéramos «Dios no es digno de confianza, mejor lo hago a mi modo»; cuando tomo mis decisiones, fuera de su voluntad, lo estoy haciendo porque inconscientemente no creo que que él lo puede hacer mucho mejor que yo.

Si somos infieles, él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo. ‭2 Timoteo‬ ‭2:13‬ ‭RVC‬‬

¡Dios permanece fiel! No puedo estar más que agradecida por saber que aunque a veces yo confío más en mí misma que en el Señor, él es fiel, es paciente, me demuestra una vez más que él es digno de confianza, que lo mejor que puedo hacer es poner mis ojos solo en él. Aunque yo olvide sus promesas, él no las olvida y en su tiempo las cumple. Lo bueno de que Dios no sea un humano, es que su amor, su gracia, su misericordia y su perdón, son infinitos; si nos ponemos a cuentas, él nos da una nueva oportunidad, no se deprime, no se queda sentido, ni corta su relación con nosotros; nos ama tanto que, a pesar de nuestra infidelidad, mantiene firme su Palabra. ¿Acaso no es esto una excelente noticia?

Texto adicional: Dios, que es la Gloria de Israel, vive para siempre. No miente ni cambia de parecer. No es como los hombres que cambian de opinión. 1 Samuel 15:29 PDT